domingo, 4 de diciembre de 2011

RELATO


ENTRADA A LA PANADERÍA

¡Ay, el aroma denso del pan crocante de noches larga de insomnios repetidos hasta el alba!

El ponderable volumen de las bolsas de harina en estibas perfectas, la poderosa levadura evangélica para leudar toda la masa, los conservantes de los que no conviene abusar, la grasa, los implementos infaltables y la bondad invariable del panadero y sus ayudantes.

Y ya con la madrugada la trincha gran señora y patrona de la mesa con su hermana rural la galleta de campo de mitades iguales y divididas.

El pan flauta con toda su longitud musical y angostura, los puños cerrados de los miñones, el tradicional Felipe durmiendo en sus laureles, las baguetes con su escudo de armas, el acento gutural del pan francés y las variedades tentadoras del pan con grasa como tostados rosetones para apetecerlos de vez en cuando.

¡Ay, delicias del pan de miga de allende el condado de Sándwich!

¡Existencias salvadoras del pan rallado para rebozar la textura charra de la carne para milanesas!

¡Oh, poema circular de las pre-pizzas para hacerlas tentadoras de muzarella y anchoas!

¡Ay, levedad del pan tostado, un manjar crocante para acompañarlo con manteca y mermelada o untarlo con pasta de ajo!

¿Dónde pondré la forma de los cuernitos? ¿Quién cuenta las laminillas multiplicadas del hojaldre? ¿Qué hay en los agujeritos de las marineras? ¿Dónde se fueron los panes de leche, aquellos que comía en los años de mi infancia? ¿Quién endulza el sabor de la crema pastelera?

Allá los piononos, dulces tubos de sabor; los bizcochuelos, dos veces cocidos como su nombre lo indica; las tortas elegantes; los postres borrachos.

Y para entendidos la finísima oquedad del redondo pan árabe propicio para acompañar los manjares del kepí y el levené.

Y los panes ázimos, rituales y milenarios como la misma pascua.

Porque una panadería es un ámbito de recogimiento, un reparto de santidad a manos llenas.

Me pierdo en el cañaveral de los grisines y las variedades con orégano o salvado; trepo a las bandejas de las facturas y su aroma me penetra el alma: caras sucias, -redondas y morenas-; los vigilantes, ¡qué miedo!; las borlas de fraile redondas y ponderables con dulce de membrillo en su interior y rellenas con dulce de leche y azucaradas por fuera; las medias lunas para festejar la victoria de los otomanos y los cañoncitos, tan apetecibles a pesar de su bélico apelativo y aunque aleves disparen contra el hígado.

Ya embriagado de tantas exquisiteces el maestro repostero me guía hasta el jardín de las delicias donde las masas finas se enseñorean presuntuosas. Yo las separo de su papel enmantecado y me doy un atracón, a pesar que la gula es un pecado.

Amo los hornos a leña cuando el frío de la noche patagónica cuaja de blanco los techos con su helada transparencia, mientras las manos del panadero y sus ayudantes laboran su partitura de espigas y milagros donde solo falta la multiplicación de los peces o las puertas abiertas de don Juan Riera, panadero.

Por las panaderías se me emblanquece la barba y enharinan las manos y como aquellos discípulos de Jesús que iban por el camino hacia la aldea de Meaux, reconozco al Señor resucitado por su gesto de partir el pan.

Jorge Castañeda(Argentina)
Publicado en la revista La Urraka

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