domingo, 11 de diciembre de 2011

ARTÍCULO

El español y sus variedades. El español de América

Se suele hablar del español de España y español de
América como si fueran las dos variedades que
deban distinguirse y oponerse en esta lengua nuestra,
tan ancha y extendida. No me gusta a mí, como
lingüista, esa diferenciación porque es una mera
constatación geográfica, sin apoyaturas lingüísticas
suficientes para que tenga validez en dialectología.
Si Inglaterra y los Estados Unidos son, al decir de
Bernard Shaw, dos países separados por la misma
lengua, no se puede repetir la ingeniosa paradoja
con respecto a España e Hispanoamérica.
De hecho no hay en el español de América ninguna
peculiaridad lingüística de mayor o menor extensión
que no tenga su correlato en alguna zona, también
más o menos extensa, del español peninsular, y desde
luego muchas de sus aparentes particularidades lo
emparejan con el castellano literario de los siglos de oro.
Sólo hay un rasgo común a todas las hablas americanas,
el de la confusión de la s y z, y está igualmente presente
en las Islas Canarias, en dos tercios de Andalucía
y en algunos lugares de Extremadura y de Levante.
Sevilla era ya seseante en el siglo XVI y por Sevilla pasaban
todos los viajeros a Indias, gran parte de los cuales
eran de ese territorio meridional que había discrepado
de Castilla en la evolución de las sibilantes. El español
es una lengua muy cohesionada, la más unitaria de
todas las grandes lenguas del mundo. Sus diferencias
dialectales son mínimas en comparación con las que
suelen ofrecer otros dominios lingüísticos y no impiden
nunca, ni siquiera dificultan, la intercomprensión
entre sus hablantes, procedan de donde procedan.
[…] Que las diferencias dialectales sean mínimas en
español, que nuestro idioma sea lo que técnicamente
se llama una lengua «símplex», es decir, una lengua cuyas
variedades dialectales son todas inteligibles entre sí, no
quita que estas existan y que incluso se pueda hablar
de una primera subdivisión del español, de dos grandes
variedades en la lengua, el español de tendencia
fonéticamente conservadora, que los dialectólogos
solemos llamar «español castellano», y el español de
tendencia evolutiva, que denominamos «español atlántico
». Pero esa división no se corresponde con España
y América, ni muchísimo menos. El español castellano,
de gran homogeneidad, de notable fijeza consonántica,
es el español de la mitad norte de la Península y el que se
habla en la altiplanicie mexicana, en las zonas interiores
de Centroamérica, en la cordillera andina y en todos
los altiplanos de América del Sur. El español atlántico es
el del Sur de la Península, las Islas Canarias y las del
Caribe y todas las tierras litorales de América, tanto
atlánticas como pacíficas, un español dialectalmente
heterogéneo, de consonantismo relajado y gran efervescencia
articulatoria. La proximidad fonética, si dejamos
aparte el seseo y la entonación, entre un mexicano
de la altiplanicie, un quiteño, un bogotano, un boli-
viano, cualquier hispanoamericano del interior, y un
salmantino, un burgalés o un turolense es mucho mayor
que la que existe entre un granadino, un gaditano,
un tinerfeño, un cubano, un rioplatense o un chileno.
Esa repartición geográfica de la subdivisión inicial del
español, el de consonantismo firme y el de consonantismo
relajado […] da lugar a que la diferencia de pronunciación
existente entre un madrileño y un sevillano
sea muy pareja a la que se puede advertir entre un
mexicano de la capital y un veracruzano o un colombiano
de Bogotá y otro de Cartagena de Indias. La dualidad
fónica española de hablas norteñas y hablas
meridionales se repite en todo el continente americano
entre la pronunciación de las tierras altas y la de las
tierras bajas, entre sierras o altiplanicies y costa o litoral,
lo cual hace que casi todas aquellas naciones estén
dialectalmente partidas de manera análoga a como lo
está el español de España y eso le da un considerable
equilibrio al idioma y ayuda notablemente a evitar la
fragmentación, a mantener la unidad. Porque si las isoglosas
dialectales coincidiesen con fronteras políticas,
la tendencia a la disgregación lingüística, apoyada por
siempre posibles desatinos nacionalistas, podría favorecer
la separación idiomática y acabar con esa coalescencia
admirable que existe en nuestra lengua y que
tanto se valora desde otros ámbitos lingüísticos más
dialectizados.
Afortunadamente no hay un español de España y un
español de América, en el mismo sentido que hay
un inglés británico y un inglés norteamericano o un
portugués ibérico y otro brasileño. El océano no parte
el español. Hay diversas peculiaridades de español
de América y más o menos las mismas de español de
España, entrecruzadas entre sí y, en cualquier caso,
mutuamente inteligibles sin esfuerzo. Hay español en
España y en América, eso es lo que hay: una lengua
unitaria y asombrosamente cohesionada y homo-
génea para lo que suele ser el panorama fuertemente
dialectalizado que ofrecen otras lenguas del mundo.

Gregorio SALVADOR CAJA
«El español en España y el español en América»
en Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, n,º 74, 2001

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