VIAJE A JIMENA.
El Peregrino de la Barba Blanca, en su largo caminar por la provincia gaditana derramaba su amor entre jóvenes y adultos. Unas veces era el mar de límpido azul, otra la árida campiña, otra el industrioso campo de Gibraltar y otra la fría sierra, el destino de su caminar constante. A veces iba solo dejando su huella cansada en cada rincón de la carretera y en ocasiones le acompañaban un grupo de jóvenes entusiastas que querían compartir con él sus ideas de amor y solidaridad.
Una mañana de diciembre de 1976, desde la blanca espuma gaditana, El Peregrino de la Barba Blanca cargados con todos sus símbolos y por unos 20 jóvenes partió hacia una pequeña ciudad del Campo de Gibraltar: Jimena.
Jimena es un pueblo blanco como una paloma que tiene de sombrero un viejo palomar árabe que se está deshaciendo. Es allí además donde sus muertos descansan para toda la eternidad.
En las afueras, en el Convento de Nuestra Señora de los Ángeles, donde se venera una imagen tallada en piedra del siglo XII y cobijada bajo una cúpula barroca recargada, la espuma entregó su amor y sus símbolos a la juventud de Jimena. Se le dio la sal de nuestro mar, blanca como su pueblo, para que fuera arrojada sobre sus montañas y allí germinará uniendo para siempre a nuestras ciudades.
Después la guitarrita de las cuerdas de oro animó, a todos, con su vocecilla cantarina, a seguir luchando por sus ciudades para que fueran mucho más habitables y evitar así que sus jóvenes la abandonaran y por un futuro más lleno de amor. Fueron canciones por todos conocidas las que alegraron estos bellos momentos de convivencia y en las que la Castañuela como siempre hizo posible que se superara la monotonía y la modorra de la tarde invernal que invita a la soledad. Fue naciendo entre todos un ambiente agradable que nos llenó de alegría.
El Peregrino de la Barba Blanca sonreía y no paraba de hablar de sus ideas sobre la fraternidad, el amor y la humildad. Todo se debe hacer sin que los demás se den cuenta de que lo hacemos. Debemos estar siempre detrás ayudando a quien se siente triste y desvalido tratando de ayudarle casi sin que se de cuenta.
El Peregrino de la perla mostro sus perlas pero también sus espinas. Ambas siempre van juntas en su mochila y una no puede existir sin la otra. Hay alegrías pero también penas. Amores y desamores. Soledad y compañía. Vida y muerte. Sin embargo en esta ocasión, en el Convento de Nuestra Señora de los Ángeles sólo había perlas y fueron ellas las que el Peregrino enseñó a todos los jóvenes que oían con la sonrisa reflejada en sus rostros.
El Peregrino de la pluma ofreció un ramillete de versos a Cádiz y a Jimena y contó una historia que quizás pudo ocurrir tras las piedras de este Convento años atrás.
“Una joven se acercó a la capilla de la Virgen sudorosa y triste. Se arrodilló y empezó a rezar. Hacía unos días sus padres habían muerto en un accidente y la habían dejado totalmente sola. Llevaba varios días como loca y sin saber que hacer. Para ella vivir no tenía sentido. Lo había perdido todo. De pronto en su interior una voz le dijo que había mucha gente que la necesitaba. Que diera una vuelta por el pueblo y vería como había quienes sufrían más que ella. Háblales y ya no estarás sola. Llévalas a tu casa y volverás a sentir que la vida tiene sentido.”
El Peregrino de la pluma continuó hablando aún un rato más y recitó un par de versos jocosos que hicieron reír a los contertulios. Después la guitarrita de las cuerdas de oro volvió a entonar otro par de canciones.
Como la tarde avanzaba fue necesario volver al pueblo que empezaba a cubrir sus blancas vestiduras con una manto de terciopelo negro.
Han pasado los años. El Peregrino de la Barba Blanca se perdió en el tiempo y el resto de los peregrinos se desperdigaron. Yo el peregrino de la pluma sigo emborronando cuartillas y sigo recordando aquella jornada pasada en el Convento de Nuestra Señora de los Ángeles y otras muchas en otros a diferentes puntos de la provincia gaditana. Alguna vez me he tropezado con alguno de aquellos compañeros que un día de Diciembre de 1976 visitamos la blanca ciudad de Jimena y hemos recordado nuestros viejos anhelos de muchacho que quedaron perdidos en el tiempo.
JOSÉ LUIS RUBIO
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