Edad
Tiemblan tus ojos al mirar de frente,
sin ser amenazante mi mirada.
¿No ves al fondo luces de alborada?
¿No es mi retina espejo transparente?
Porque te ves en ella, y de repente
ves lo que soy, invitación callada
a desbordar tu júbilo en mi almohada,
acoplamiento, junto a mí yacente.
Acércate. Revélame los sueños
de tus noches despiertas, los diseños
que traza tu fervor para el futuro.
La edad no es el umbral infranqueable
que frena el paso o lo hace inaceptable.
Mírame adolescente…, aunque maduro.
Cuando te escucho
Me apodero de ti cuando te escucho.
Cada palabra me abre posiciones
que son, en tu silencio, inexpugnables.
Pero al hablarme, hay voces
que sueles mantener amordazadas,
en íntima prisión, tras los barrotes,
y filtran sus secretos
a quien sabe entender tus omisiones.
Te abres a mí como un escaparate,
sin advertir que, más que tantos hombres,
puedo ver más allá de lo evidente,
esa trastienda, a veces en desorden,
que tanto encubres, semiavergonzada
de posibles ajenas opiniones.
Si tus mudos secretos no son tales;
si en todos hay idéntico desorden,
el mismo ajuar juzgado vergonzoso,
parejo barro digno de reproche.
Quien te vea cual eres, cual te veo,
verá su propia imagen, más deforme.
Cada cual es señor de doble imagen,
la que lleva en el rostro y la que esconde.
A quien ven los demás no es uno mismo,
y a quien no pueden ver no es tan mediocre,
ni tan perjudicial como pensamos.
Son cosas que llevamos a remolque.
Si te descubres al hablar, no temas,
todos fundidos con el mismo cobre.
Me apodero de ti cuando te escucho,
porque descubro tu íntimo horizonte.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO-Los Angeles-
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