La Revolución de la Cultura como condición previa para todo proceso de transformación social.
Espectáculos de niños que luchan enjaulados; pederastas erigidos en creadores de opinión; la literatura convertida en industria y la vulgaridad cotizando en bolsa. Necesitamos con urgencia una revolución de la cultura.
Desde una perspectiva de izquierdas, no se trata de una lucha entre cultura de masas o cultura de élites; no se trata de un debate sobre el arte como vanguardia u objeto de consumo. La cuestión es si la cultura termina siendo una herramienta de dominación ideológica o si es una libre expresión capaz de liberar a otros.
Sin revolución cultural, no cabe ninguna transformación. Muchos cambios son necesarios: de modelo energético, de forma del Estado, de ley electoral, de sistema financiero, de modelo económico, de forma de propiedad... pero todos ellos exigen una revolución de la cultura.
Ninguna transformación será posible, desde la perspectiva de La Izquierda, sin un pueblo dispuesto a impulsarla. Ningún pueblo emprenderá esta tarea sin la adquisición de un anhelo utópico.
La cultura dominante ha reducido el anhelo utópico del pueblo al deseo de bienes de consumo, adquiribles con horas de trabajo y sustituidos por copias baratas de los objetos de lujo de los modelos sociales impuestos por la propaganda: el coche que imita un deportivo, la cena en un restaurante ostentoso, vestimentas de artista de cine y el pisito decorado con cachivaches de diseño.
La cultura de La Izquierda tiene, como principal tarea, elevar el anhelo utópico del pueblo: libertad de pensamiento, intervención en sociedad, espacio para la creatividad, tiempo para amar y ser amado, bienestar, paz, conocimiento, dignidad en el trabajo y realización personal a través de éste...
Desde las políticas de subvenciones a las reglas del "libre mercado"; desde las líneas editoriales a la formación de los jurados en premios y certámenes; desde los planes de estudios a la financiación de líneas de investigación o las políticas de obra social, todo contribuye a fomentar una cultura políticamente correcta.
Hay espacio para el pensamiento crítico, para la disensión, para la propuesta alternativa y hasta revolucionaria. Lo hay, en los márgenes de los canales de comunicación, donde quienes lo desean pueden expresarse y ser encontrados por su público, el que ya les conoce y los busca. Toda expresión es tolerada, siempre y cuando sea perfectamente irrelevante.
La cuestión es qué cultura, pero sobre cultura para quién, que es lo mismo que decir cómo y para qué.
La Izquierda necesita un frente de intelectuales y artistas, pero no como meras comparsas, capaces de apoyar en un momento determinado u otro una campaña electoral, sino como impulsores de un nuevo anhelo utópico en el pueblo.
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