LA BAÑISTA
Cierra los ojos
y se eclipse el tiempo.
Queda limpia la mente
y abandonado el cuerpo
que tiene hambre de sol
y de caricias.
Se exilió la ropa
que queda lejos
y toda la piel se exhibe
generosa.
Las piernas se han cruzado
mecánicamente para ocultar
mayores profundidades
y permanecen vigilantes
cerrando la puerta
a ojos perspicaces y osados.
Así, el candado que forman
también nos priva
del pecho izquierdo,
esquivo y huidizo,
que duerme allende
altos desfiladeros
pero el derecho
es casi todo nuestro
salvo una porción
que nos roban
las piernas con su mordaza.
La aureola y el pezón
se muestran gloriosos,
erectos, altivos,
así como un seno
bien formado y pujante.
Lo demás no interesa demasiado:
líneas y curvas que trazan
una geografía de figura
de gacela
donde la grasa no tiene
refugio ni trinchera
donde esconderse.
Del libro Tristeza en el Gran espejo dorado JUAN EMILIO RÍOS VERA
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