EL GRAN ESPEJO DORADO
El colosal espejo
rematado en oro
acoge en su cuerpo
voluble y frágil
el envés glorioso
de la alta dama portuguesa,
que abanica su humores
aireando sofocos
y rescoldos de antiguos incendios,
que aún podrían reavivarse
con el viento fresco del recuerdo
sobre sus ascuas dormidas.
Su gesto es duro,
casi pétreo,
roca granítica su mirada
que repele cualquier atisbo
de acercamiento cómplice,
piedra sobre carne
o carne sobre piedra
como un fósil.
Dos columnas hieráticas
sus piernas poderosas,
dos riscos sus rodillas
como sus pechos.
Sus mejores guardaespaldas
-o grandes espelho dorado-
que le cubre la retaguardia.
De frente sn remedio tendrá
que venir y a pecho descubierto
aquel que quiera asediar
su inexpugnable fortaleza,
su no mancillado bastión
contra el cual tantos hombres
osados sucumbieron.
Del libro Tristeza del gran espejo dorado de JUAN EMILIO RÍOS VERA
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