Dispuesta aunque recelosa
para el nuevo cliente
a quien servir con eficiencia.
Preparada y a la vez aterrada
para el nuevo hombre
que penetrará en su carne mercenaria
sin reportarle ya placer alguno
sino dolor y asco,
desmoronamiento pero sustento
para mañana prometerse
un nuevo horizonte,
la hetaira espera exhibiendo
sutilmente el arsenal de sus
encantos tras una interior
ropa que tapa lo justo
para multiplicar el ansia
y el deseo.
Sus miradas nos habla de sus
miedos pero también de sus
necesidades,
la mano que va al encuentro
nervioso de la rodilla nos
delata su quebranto, su
desazón, su calvario disimulado
con afeites y alcohol,
bisutería y cara lencería
de mercadillo.
Sus piernas abiertas
y sus bragas negras
son un luctuoso faro,
un imán irreprimible
que atrapa las miradas
lascivas y soeces
de hombres sin amor
que buscan carne sin nombre,
agujeros sin doble fondo
donde enterrar sus
naufragios, sus frustraciones,
su derrota a golpe de talonario.
Dos cuerpos despedazados
que se juntan.
Del libro Tristeza en el Gran espejo dorado de JUAN EMILIO RÍOS VERA
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