LABRIEGOS
Con la azada al hombro
hacia la dura tierra
que se resistirá a
ser hollada,
caminan al alba
los labriegos,
cenicienta la mirada,
los ojos caídos
en el suelo,
monótono el paso
compartiendo
el dulce bálsamo
del silencio,
que lo abstiene
de intercambiar
naderías y bostezos.
Se encaminan
taciturnos, autómatas,
a remover una tierra
que un día no lejano
acogerá la sepultura
de sus huesos
ya sin sueño.
Del libro Tristeza en el Gran espejo dorado de JUAN EMILIO RÍOS VERA
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