Tiéndeme el tacto
Tiéndeme el tacto de tu blanda mano,
y el interior, que sin rozar, caldea;
este alma en ansiedad se tambalea
sin la gentil fricción con que me afano.
De tu desenvoltura me engalano,
y tu complicidad me aguijonea;
oh mujer, Afrodita o Dulcinea,
pálida voz, estrépito pagano.
Te hablo en tu propio idioma, en afluencia
de susurros y orgasmos, con urgencia
de juventud, sabor de madurez.
Ven, ven a mí; revélame tu acceso,
para fundir, avance y retroceso,
a la tuya mi propia desnudez.
Decapitada fe
Reticente he cruzado por la vida,
contemplando las rosas a distancia,
apenas respirando su fragancia,
y mi intención, a su contacto, herida.
Las admiré en silencio en la avenida,
donde el amor exhibe su arrogancia
en juvenil, perenne trashumancia,
que a frívolo propósito convida.
No sé si he sido errático o cobarde,
o si tal vez llegaba siempre tarde,
o si, llegado a tiempo, fracasé.
Ay, que la piel me tiembla, el alma grita
nombres que nadie escucha, y decapita
el ángel del crepúsculo mi fe.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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