Hoy amaneciste en mis brazos,
no te diste cuenta.
Tu alma dormía y
tus párpados cerrados,
como los cierra una niña.
Así, pequeña y frágil te besé.
Sonreí, no quise despertarte.
Así, dormida, como estabas,
yo quise amarte.
Mis ojos contemplaban
la blancura de tu tez
y una leve sonrisa
se dibujaba en tus labios de miel…
y tuve sed.
Para no interrumpir tus sueños,
sorbí de tus labios la miel,
gota a gota, con pequeños besos
que solamente terminaban
en roces que te acariciaron
y soltaste un suspiro.
Luego me di cuenta lo mala que eres:
Para provocarme, te hacías la dormida.
José Luis Agurto Zepeda -Nicaragua-
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