domingo, 17 de febrero de 2019

LA PIEL QUE CUBRE AL LIBRO


“No hay que juzgar un libro por su cubierta”, dice un antiguo refrán. Pero a decir verdad, el primer contacto que se tiene con un texto es de naturaleza estética. Piensa cuántas veces que has entrado en una librería y has terminado con un libro en las manos que ha captado tu atención, precisamente, por su cubierta.
¿Por qué llamamos portada a la cubierta de un libro cuando ésta no lo es?
¿Sabías que todos los libros tienen una cubierta y una portada? ¿Y que una se encuentra en el exterior del libro y la otra en el interior? Incluso la contracubierta no es sinónimo de contraportada, ya que ésta última también es interior. Mi pretensión con estas anotaciones es que se conozca la diferencia entre la cubierta de un libro y su portada. Al fin y al cabo, puede decirse que es la piel que cubre
al libro, nuestro más fiel amigo.
Ya entrada en materia, del mismo modo que una obra no es lo mismo que un libro, o que editar no es sinónimo de publicar.
A lo largo de los siglos, las cubiertas sólo tuvieron una función práctica: proteger el libro que cubrían. Ejemplo de ello eran los códices que se guardaban acostados sobre los anaqueles y las cubiertas llevaban a veces el título o el nombre del autor escrito en el lomo o en el costado. Esta voluntad
de identificación quizá contribuyó más tarde al deseo de decorarlas -existen cubiertas decoradas en los siglos V y VI-. La costumbre de dar a la cubierta su propio valor estético no se estableció hasta siglos más tarde.
En la alta Edad Media, y sobre todo en el Renacimiento, las cubiertas transformaron al libro en objeto de lujo. La encuadernación fue reconocida como un arte en sí mismo.
Desde tiempos no muy lejanos, las cubiertas cambian, multiplican sus estilos, se vuelven más complejas o más discretas, más comerciales o más exclusivas.
A veces, para el lector la cubierta de un libro tiene algo de documento de identidad, emblema y resumen del libro mismo. Una imagen que define y, tal vez, hasta usurpa la autoridad del texto.
El libro refleja la cultura de una nación, de un pueblo, de una época. Representa los valores culturales de quienes protagonizan la historia, y en forma indirecta, de su autor. Un libro es un testigo silencioso que sobrevive a las generaciones.
Y ya que hablamos sobre libros, se considera que el libro impreso más antiguo de la historia es “El Sutra del diamante”. En el año 868 el chino Wang Jie autorizó la impresión y su distribución. El texto original estaba escrito en sánscrito y alrededor del año 400 fue traducido al chino por un monje llamado Kumarajiva. Aunque debo aclarar que no es el primer texto impreso como tal de la historia, pero sí el más antiguo que se conserva hasta la fecha. Actualmente, se halla la copia en la Biblioteca Británica (The British Library).
Y así llegamos a la baja Edad Media, también llamada la “Edad de la Imprenta” por el importante hecho que aconteció. Johannes Gutenberg, nacido en Maguncia (Alemania) hizo uno de los descubrimientos que supuso el impacto más profundo en la historia, el inventor que cambió el mundo. Alrededor del año 1.440 inventó la imprenta de tipos móviles (de metal) Los caracteres con
que todo lo que se dice y piensa puede ser inmediatamente escrito, reescrito y legado a la posteridad. El primer libro que imprimió en su imprenta fue “El Misal de Constanza”, entre los años 1.449 y 1.450. Más tarde, en 1.452 inicia la impresión de la obra más importante en el mundo: “la Biblia de Gutenberg” o “Biblia de 42 líneas”. Gracias al creador Gutenberg, su sistema transformaría la difusión del saber en el mundo.
“La imprenta es un ejército de veintiséis soldados de plomo con el que se puede conquistar el mundo” Johannes Gutenberg

Elisa I. Mellado (Sevilla)
Publicado en la revista Aldaba 38

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