domingo, 17 de febrero de 2019

LA INTENCIÓN ES LA QUE SANA, QUE NO EL TROZO DE TELA DE MI ENAGUA


Día de Los Mayos, en Vallelado, Segovia, íbamos madre Daniela y yo, y una amiga suya, Felicísima, de romeros a la Virgen del Henar, en Cuéllar, montados en un carro tirado por el mulo “Honorio”.
Las dos mujeres eran devotas, y yo les había pedido que cualquiera de las dos pasara por el manto de la Virgen un pañuelito blanco con un corazón rosa en una esquina bordado, que le había prometido a una niña bonita, que era de Fuentemilanos, compañera de pupitre en la escuela.
La noche anterior, 30 de abril, yo le había cantado a la puerta de su casa:
-Mira niña, niña, qué bien canta
este pequeño juglar
que, a la puerta de tu casa
por ti penando está.
En una revuelta del camino, antes de llegar al santuario de El Henar, al sacarme del bolsillo el pañuelo de sonar los mocos, perdí el pañuelo que a la niña, mañana, iba a regalar, al pie del árbol de Los Mayos.
Madre se acordó de la encomienda, y como ya no había remedio, pues no se encontró el pañuelo blanco con el corazón rosa, se cortó un trozo de su enagua azul con encajes y bordados que llevaba, pasándole por el manto de la Virgen en lugar del verdadero, diciéndonos:
-La intención es la que sana, que no el trozo de tela de mi enagua.
Al día siguiente, al pie del árbol de Los Mayos, le di el falso pañuelo a Constancia, quien de alegría lloraba cuando me dio un beso.
Madre Daniela y Felicísima dijeron que, como le habían pasado por el manto de la Virgen, ya era milagroso.

Daniel de Cullá (Burgos)
Publicado en la revista Aldaba 38

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