sábado, 22 de septiembre de 2018

DE HALLARSE OBRERO


“Debajo, la tierra oscura se baña de sangre”
(Cesare Pavese)

Esculpido en la complacencia que tiene la monotonía
para con la pesadez de los párpados,
se arrastra sobre juventud efímera, tumultuosa.
Escucha, sin oír, los mismos zumbidos en los otros
para hacerle aún más pesado el vértigo
demoledor que comunica su tímpano y su voz,
cavernoso golpeteo que acalla crujiendo billetes.
Le inculcaron la dignidad cotidiana del trabajo,
otros inculcados, hijos de inculcadores inculcados,
carne agreste y arrugada, vaivenes de modorra,
susurros rabiosos en griteríos de muchedumbres,
redondeces, de puro sencillas, inofensivas.
Le poseen ocho horas a puerta cerrada,
asegurándole ganancias, reconocimientos: futuro,
fulgurantes hechizos genéticos acatados,
aún en la más latente rebeldía.
Solo,
se mira solo,
en familia, solo; con otros,
solo;
solo
induciendo a los azares del juego
al abandono de su casaca zurcida.
Cruje la tierra en su cabeza,
un año más,
el sudor le destiñe el cuerpo
como una burbuja en la superficie,
mientras clavetean los juntamuertes
los antepenúltimos clavos a su ataúd.
Un notorio suspiro,
apenas un gesto desigual,
consentido en un rictus
que flaquea frente al reflejo.

MANUEL JESÚS GONZÁLEZ CARRASCO -Madrid-

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