martes, 11 de julio de 2017

LA CAJA DE CRISTAL


Sintió un fuerte dolor en el pecho. Quiso levantarse de la cama pero el dolor se lo impidió. Respiró profundamente un par de veces. El dolor siguió aunque menos fuerte. Volvió a respirar y a mover los brazos. Intentó levantarse. Con dificultad logró ponerse de pie. Le temblaban las piernas. Dio unos pasos. El dolor ahora había aumentado. Le costaba respirar. Se sintió mareado. Veía los objetos borrosos. Se apoyó en la peinadora. Apenas se vio en el espejo y lo que vio no le gustó. Ése no era él. Ahora también le dolía la cabeza. Todo se oscurecía. El corazón latía lentamente. Se le doblaron las piernas. Cayó al suelo. La oscuridad fue total.
Despertó dentro de una caja dorada de cristal. Un alfiler lo sujetaba al fondo. No podía moverse. A su alrededor ojos curiosos lo observaban. El dolor del pecho y la cabeza había desaparecido. Veía todo claramente pero no podía moverse. Se vio reflejado en unas gafas de sol y pensó que estaba soñando. Que todo era un mal sueño. Cerró los ojos con fuerza para alejar la imagen. Pasados unos segundos los abrió de nuevo y nada había cambiado: seguía sujeto por el alfiler en la caja de cristal. No era un sueño, era la cruda realidad. A partir de ahora estaba condenado a vivir dentro de aquella caja y a ser objeto de observación.

JOSÉ LUIS RUBIO

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