Barrer espinas,
abrir clausuras,
emparchar techos,
carpir costras.
Y al pisar
aquel suelo firme,
dar con el tablón desclavado.
Las puertas,
los benditos postigones,
las manijas desdoradas, todo,
se queja
del olvido.
Remover escombros
en cada rincón,
hasta que se encienda el alma.
Dar vuelta a los colchones
nostálgicos de amor
y hallar
el otro lado del cotín.
No llorar,
no cansarse en la faena,
llegar hasta la lucerna
(desde el hondo sótano
con sus añosos vinos
de cuerpos polvorientos),
y no saltear los escalones,
en cada uno
está la imborrable marca
de nuestros pasos.
Cuando la casa brille,
festejar el retorno
y emborracharse de memoria,
mientras se aviva el fuego
de la gran chimenea.
Del libro Los indicios de
HAIDÉ DAIBAN
Publicado en Ágora 18
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