sábado, 15 de abril de 2017

JUGABAN EN EL PATIO DE LA LUNA


“…Jugaban en el patio de la luna, sobre baldosas de estrellas fugaces, bajo los arcos de galaxias perdidas, entre soles de planetas mutantes. Parecían giroscopios de luz, mil colores girando en distintos sentidos, rojos parpadeantes, naranjas cohibidos, azules de intenso tono y amarillos de fluorescente brillo. Unos describían elipses, otros círculos infinitos, unos daban saltitos y otros se escondían tras las nubes. Los había incluso, no muchos por eso, que como niños traviesos, entre las ramas se colaban. Y hacían dorados pespuntes, alargadas sombras blancas, contraluces en verde fundido, y marrones de torcidos troncos con ramas quebradas. Dos o tres más osados, se lanzaron de cabeza al río, asustaron a los renacuajos y al sapo le quitaron el hipo. Hubo unos cuantos cientos, que loca carrera iniciaron y en salto perpendicular por la ladera, el valle en un pronto inundaron. Dos caballos de labranza, que estaban en su tranquilidad pastando, soltaron un resoplido, y a pesar de su edad, salieron al punto galopando. El rebaño de ovejas laneras, que bajo los chopos siempre descansa, fue un remover de balidos y por un instante, pareció de lana encendida y brillante. Y hay que ver como corrían, como graznaban sin pausa, las ocas, quien lo diría, huían buscando su casa. Y la figura todo veía, la silueta todo soñaba, el café en la jarra hervía y el sol nacía, mientras sus rayos, en el universo, unos con otros, al escondite jugaban y los que a la tierra tocaban, formaban la estruendosa algarabía. Así fue como se formó, este cuadro y sus dibujos, rayos de sol con su embrujo y un amanecer que la primavera engendró. Que traía el día engarzado, en su soplar de amanecida, un cambio de estación esperado y un nuevo nacer de vida. Ni que decir tiene, que con semejante influjo, las gallinas pusieron sus primeros huevos, y el señor gallo cantó de lujo. El perro pastor tras la cerca, aulló como líder de manada, una vaca mugió en contrapunto, y en la charca, patos y cisnes, de las ocas se mofaban. Y el dorado se extendía, valle abajo y en las laderas, mientras los rojos en rosas se fundían, y el azul oscuro, entre los abetos verdes, celeste azul, el cielo volvía. Corrían las sombras de los montes, por la hierba de la pradera, los caballos seguían su galope, y el gallo subido a la valla, pavoneándose de su gesta. Otro sorbo de café, otra mirada traviesa, sé que estoy soñando, se dice, sé que es el amanecer que llega, que Atenea ronronea y me mira, pero yo, no me pierdo esta fiesta. Y justo fue, tener el pensamiento, que de las cabras llegó el momento, e hicieron su aparición. Salieron como por arte de magia, de birle y birloque para la ocasión, de entre las cañas junto al arrollo, en fila india, como en procesión. Caso omiso hicieron, de nuestra atenta silueta, una le mordió la chaqueta, para luego seguir, de las otras la dirección. El sol parece que calienta, vuelve a reflexionar, el muro del bosque ya superó, en el cielo ni una nube, en la tierra el rocío desapareció. Habrá que recoger los bártulos, y volver a la habitación. Levanta la vista y mira, el sol su dulzor propone, todo está ya en la mochila, y la luz del astro se impone. Será mejor caminar, parece decirle al valle, abrir la puerta del mundo y vivir nuestro soñar. Admirar lo que nos rodea, sentir la estación, sea cual sea, y regalar sonrisas, desde el corazón…”

Del lbro “Historias de una silueta” de Emilio J. Gilabert 

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