miércoles, 19 de abril de 2017

ESPALDAS PELADAS


Como baluarte de antigüedades se deprende el recuerdo
del mecapal, morral y del machete.
Un costalillo de azúcar o nitrato.
Y el camino se extendía como bejuco.
Ahí repetidas veces mártires de hambre, de sed e insolación,
concurrían de dos a tres críos buscando el cadáver de los árboles.
Los palos secos crujían al sentir el dolor que el alfanje les causaba.
Mientras tanto, llegado la hora del pozol,
los leños masacrados quedaban esparcidos cual si fuera el 68.
Las ánforas se desvivían alegremente,
descargando su gabela en el morral andante.
Y los niños con el sudor escurriendo fijaban el horizonte buscando su morada.
Mientras instintivamente, la mano pasaba por la boca limpiando el residuo del energético.
El sudor se escurría por las rendijas que el cabello de sus cabecillas no obstaculizaba.
Sus pieles curtidas por la luz ardiente del sol que penetraba la sombra de los macizos.
Al interior de su ser, el pensamiento revoloteaba intentando idear la forma de amarrar el tercio.
Y cual sacrificio y esfuerzo sería llegar a casa sin tener la espalda pelada por el rigor de la carga.
Cundían la idea de las formas de amarrar el tercio de leña.
Uno colocaba el mecapal en “U” y atravesaba en medio el machete, cual si fuera arco y flecha.
El otro de la misma manera, pero en vez del filoso asesino era una estaca que simulaba contener en orden los encimados leños.
Por último el más ingenioso, colocaba sus piernas en forma de “V” y el mecapal en “U”, conteniendo los maderos.
La distancia y el peso era la incógnita a resolver y daba como resultado la espalda pelada.
Lacerado por las astillas o el ojo resaltado de algún palo,
más bien parecía la venganza de los leños que daban lata hasta que no fueran incinerados.
Los arrieros se alzaban las cargas apretujadas y la frente sentía el rigor, y el mecapal la tensión del peso.
Ya encarrilados, las pendientes del serpenteado camino
se prestaba a desganar a los pequeños andantes,
con la cabeza semiagachadas en contrapeso al soporte del tercio.
Y por cada sombra que se topaban era alivio de recargar aire fresco.
Cada centímetro se hacía kilómetro.
La serosidad de la boca incitaba para que allegara una gota de agua.
Así llegaban al terminar la jornada,
con la espalda pelada.

Tres Pelos
Compartido por Misael García Consuegra

No hay comentarios:

Publicar un comentario