martes, 17 de enero de 2017

LA MALDICIÓN


El anuncio me sobrecogió. Ella estaba embarazada. Eso significaba que un miembro de la familia moriría. Al menos eso había ocurrido en los últimos doscientos años.
¿Quién moriría esta vez? ¿Antes? ¿Después? Cualquier miembro de la familia podría ser el elegido. Todos esperábamos que esta vez la maldición no se cumpliera.
Que supiera nadie de la familia padecía ninguna enfermedad mortal. Llamé a los demás edad y estaban algo achacosos pero bien. Los noté muy nerviosos porque estaban seguro que la maldición se cumpliría.
Un mes después de nacer mi sobrino Alexis en un accidente de tráfico moría mi tío Óscar. Tenía solo cincuenta años. Hubo muchos que respiraron. La maldición se cumplió una vez más.
¿A quién señalaría esta vez el destino? Ni siquiera los niños estaban a salvo. Cuando yo nací la víctima fue mi primo Carlos que solo tenía dos años. No superó la difteria.
Alguna vez ocurrió que la maldición no recayó en nuestra familia. En dos ocasiones le tocó a la otra parte pagar su tributo.
Aquella noche me acerqué al espigón y bajo la luna llena pedí que el cáliz pasará de mí. Estaba muy asustado porque presentía que yo era el elegido y no deseaba serlo. Es más quería que se acabara para siempre la maldición. Una vida no se paga con otra. Lancé al viento mis palabras y en él se perdió mi queja.
Pasaron los meses. Nació un precioso niño y un mes después un infarto se llevó a mi hermano. Una vez más se cumplió la maldición.

JOSÉ LUIS RUBIO

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