miércoles, 7 de agosto de 2013

POR UNA CABEZA

El sombrero le daba una sombra asombrosa. Miró en derredor, encendió un cigarro, controló el tambor con las dos balas frescas y callado cruzó la calle. Lo habían animado con un cheque de cuatro ceros. Se concentraría en el paradero de una dama fácil que había levantado vuelo del refugio de un pesado con la ayuda de un rufián.

Entró al bar a la hora en que los ebrios empiezan a sufrir con el pan amargo de la acritud. A cambio de un billete, el gordo Bétiga le sirvió una ginebra  generosa y le señaló el sur con el dedo mustio del aburrimiento. Caminó unas cuadras y, acercándose a la cerca cercana, oteó la mancebía y oyó los rumores cenagosos del desenfreno.

Del otro lado del tapial, la ventana de su destino revelaba los encantos pudendos de la mujer que buscaba. Ahora tenía el resto de la paga al alcance de sus manos; y esas manos treparon la pared, y el sombrío hombre con sombrero la cruzó con la idea tibia y el corazón helado.

Cuando se oyó el estampido, la mujer no supo que el grito de espanto había vuelto a su boca presionada por los dedos que cruzaran el muro. Minutos después, el hombre guardó su treinta y ocho corto del cincuenta y dos con una sola bala fresca, y le ordenó a la fementida fémina que se enfundara. La hembra se encajó en su ropa costosa, se envolvió en un aroma importado, se pintó los labios torvos como ceniza, tiznó sus mejillas, enmarcó sus ojos, y juntos salieron esquivando al punto que se desangraba con un lento hilo de sangre que, como ellos, buscaba la calle.

RICARDO RUBIO
Publicado en el blog ricardorubio.fullblog

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