martes, 13 de agosto de 2013

LAS MAMÁ DE TARZÁN

Por Juan Carlos Céspedes Acosta

Un día cualquiera, Cartagena se despertó con el grito destemplado de la madre del hombre mono. En una ciudad con valientes de boca para adentro, este aullido puso la piel de gallina a todo el mundo. Había llegado a La Heroica —ni siquiera los mismos cartageneros la han podido acabar— la verdad última; la cultura revelada.

Sin perder tiempo puso manos a la obra. Inmediatamente se rodeo de un séquito de sátrapas que vieron la posibilidad de agarrarse a las lianas que iba soltando ella —si quieren, pueden llamarlo él, lo cual es intrascendente para el resultado— al pasar de palo en palo (léase dinero, los más ingenuos pueden entender mangle), buscando siempre  más fama y reconocimiento. Para este circo de la selva, se unió sagazmente a un celebre gacetillero, famoso por prestar plata y no pagar, pecadillo que podría perdonársele si no fuera porque es el peor enemigo de nuestra cultura, personaje nefando que posa de buena gente con una descomunal sonrisa que envidiaría la Boca del Puente (Torre del Reloj), pero que por debajo es un río tumultuoso de rencores e intereses.

      La mamá de Tarzán sabía que debía realizar alianzas estratégicas, ella es experta en esto, así que conociendo la xenomanía nuestra y el saber que mucha gente aún no ha podido borrar del alma el hierro candente de la esclavitud, armó una pandilla que aupara, reverenciara y aplaudiera todo lo que dijera; él (o ella), en contraprestación, repartiría títulos, entregaría premios, escribiría recomendaciones, y los etcéteras que ustedes quieran.

    En las reuniones sociales donde aparece la progenitora de Tarzán copa en mano, se observa seguidamente una metamorfosis más asombrosa que la de Kafka, la gente se vuelve muchas chitas que se agarran a sus piernas y brazos y casi no la dejan caminar. Entonces ya no hay conversación, sino gritos de primates que se combaten por pelar una banana,  ¿y el arte vernáculo?, más falso e hipócrita que nunca.

    Si Luís Carlos López viviera, sabría perfectamente, después de unos traguitos en EL Bodegón, dónde apuntar su rifle mordaz, porque la mamá de Tarzán no se cansa de dar «papaya». Pero este mal que nos vino de afuera, no es eterno, y pronto se cansará de tanta rodilla y se irá a pontificar a otras junglas, dejando a su suerte a las chitas de turno, colgando de débiles lianas, muertas en la dulce miel como las moscas después del banquete.

    Como pueden ver, no podía pasar esta maravillosa ocasión para celebrar a nuestras distinguidas figuras del arte, tan queridas ellas, y qué mejor ocasión que recordar a la mamá de Tarzán, ¡sin la cual la cultura no podría existir! Sí, ya sé que ustedes saben de quién se trata, entonces no me pregunten por él (o ella), porque después ni en los buses me podré subir. ¿Tanto es su poder? Sí.

Coletilla. En cada ciudad del mundo, hay una mamá de Tarzán volando por las lianas de los poderes que depredan a la cultura.

Publicado en el periódico digital La Urraka Cartagena

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