martes, 6 de agosto de 2013

LA BODA

Solicito silencio
para que se crucen las gasas,
para que el amor se disuelva
entre deslizados tules.
¡Dancemos…!
¡Bebamos todos!
¡Brindemos en esta boda!

Domitias de blanco.
Jazmines cubren sus promesas.
Radiantes sus pupilas se funden.
Pureza de aurora
asientan sus abrazos.

¡Qué desdicha de repente!
Las mesas vacías.
El coro callado.
La dama tendida
en el mármol del suelo.

Grita el amor en desconsuelo.
Carcoma voraz la deja sola.
Allí pone su boca en su boca,
que fría y cerrada
ya no suspira.

Esquiva y veloz cruza la Parca.
Trémula succión.
Insuficiencia de la carne.
Y cubre con níveos telares
los hablares de la muerte.

Lágrimas reclaman a un cielo
con el vaho de la exudación
que el dolor siente
contra esa letra de amor,
contra aquella aniquiladora luz
transformadora de cenizas.

Silencioso llorado.
Besado el terso párpado.
El pecho triste.
Roto corazón sin vida.
¡Por qué, por qué… Dios,
yo vivo, vivo, vivo…
y no muero con ella!

A lo lejos, hay un chorro de música
irritante y doliente,
disgregando las burbujas
del vidrio de las copas.

Risa mordaz,
mientras crujen los dedos.

Ana María Lorenzo.

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