sábado, 10 de agosto de 2013

ENREDO DECIMOCUARTO

El cantaor cierra los ojos
y se ve andando caminos
con una copla en los labios.

Aprieta las manos el cantaor
para que no se le escape el cante.
Le asusta la fría soledad.
Teme enfrentarse, cara a cara,
con la vida sin su cante. Con él
se siente seguro, capaz de todo.

¿Qué le duele al cantaor?
¿Cuál es su pena?
Es pena de amor, amor que juega
y a veces hasta se ríe de él.
Pero también sufre porque le persiguen
o porque no le entienden.
Quiere ser libre como las notas
de la guitarra y no siempre le dejan.

El cante le seca la garganta
y toma vino o a veces un poco
de agua con limón para seguir cantando.

 En ocasiones bebe demasiado
y el cante no sale bien,
se distorsiona.
Huye del escenario entre
murmullos e imprecaciones.

En ocasiones no es el vino,
es algo peor, lo que le pone nervioso.

Pero... el cantaor frecuentemente
llega a viejo conservando
fresca la voz y el pensamiento
pero el bolsillo vacío.

Del libro inédito Enredado en cantes de JOSÉ LUIS RUBIO 

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