lunes, 12 de agosto de 2013

ATRONADORA RISA

Inconsciente se acordaba
de las voces ásperas que chillaban
y pregonaban con desatino
que los judíos se comían
a los bebés vivos;
que cortaban los pechos a sus mujeres,
les trituraban los huesos,
follaban los huecos de los ojos
para acabar bebiendo su sangre.

La Jidah había empezado.
Una Guerra Santa para acabar
con todas las guerras.
Infieles atacados y expulsados.

¡Partid enseguida!
¡Volved con fuerzas victoriosas
para recuperar vuestros hogares,
para confiscar todo cuanto los sionistas
hayan acumulado!

Millares de ellos,
entre lágrimas y voces,
oyeron y creyeron.
Corrieron despavoridos
con sus escasas pertenencias.

Se pisoteaban y aplastaban
los unos a los otros.
Apelotonados avanzaban
hacia Siria, el Líbano y Gaza.
Entraban a Jordania a raudales.

Ingentes cantidades de peso,
cruzaban por el puente de Allenby
que combó bajo su lastre.

¿Qué hicieron por ellos
sus hermanos árabes?
Lazos familiares les unían…
y construyeron campos
cual prisiones cerradas.

Y los dirigentes gozaban
en bellas tiendas de campaña.
Paraísos creían que iban a caer.
Judíos muertos,
y un sinfín de doncellas
a las que podrían violar.

Jodido juego el de la política.
Arrugada vieja que sentada en el lodo
muele garbanzos en su escudilla.

Los privilegiados con estudios
se establecen con premura.
Los pobres, retrasados y enfermos,
habitan en los campos
como animales de corral,
reproduciéndose como tales.

Miserables trofeos de la victoria.
¿Esa es tu atronadora risa, oh Yahvé?

Ana María Lorenzo.

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