viernes, 9 de noviembre de 2012

Y EL TREN PASÓ


No crean que es fácil asumirlo. Los años me han convertido en alguien diferente pero, aunque quisiera ponerlo en práctica, ya el físico no me responde.
¡Tarde para todo!
Si es en estudios, ahora si no te vas del país para hacer un “master”, por más que te revientes exhibiendo tu “curriculum vitae” (¿Porqué no llamarlo de forma mucho más comprensiva y clara “antecedentes personales?) donde se notaba que si habías sido profesional con un promedio alto, digamos de 8 para arriba, era porque habías estudiado profundamente y asimilado tu elección de carrera.
Ahora, aunque hayas reprobado asignaturas con un promedio final apenas para conseguir el título, pero tu papá tiene el dinero suficiente para bancarte el estar un corto tiempo vagando por algún lugar (USA es casi siempre el elegido), volvés con un master en algo y ganás a muerte.
No te creas que estarás mucho tiempo metido en clases, ni que las pruebas serán muy complicadas. Eso sí, sólo podés enfrentarlo si conocés bien el idioma, pero para eso fuiste a un colegio inglés, que también pagó tu papi.
Los “multiple choice” (elección múltiple) sólo requerirán un tilde en una casilla que será la respuesta correcta y que nunca errarás porque de lo contrario se termina el negocio de los que cobran el curso de master.
Nada de largas explicaciones orales sobre puntos intrincados de lo que has elegido, ni citar artículos de códigos de ningún tipo, ni hacer los cómputos de una estructura edilicia de más de dos pisos, ni resolver ecuaciones intrincadas que nadie sabe para qué te servirán, ya que siempre si estudiaste para ser Licenciado en Ciencias Económicas o Contador Público, terminarás ubicado como un “Manager Consultor en Relaciones Públicas” de un personaje que tenía mucha visión para contratar a los que saben hacer aquello que ni él tenía la más remota idea de que sería un exitazo y se llenaría de dinero.
¡Vos “diste con el target”. Una frasecita que me tienen que aclarar.
Creo que es una combinación de una presencia de galán de fotonovela, vestido con la ropa de la firma que está de onda, que puede ser un saco de altísimo precio, con pantalones deshilachados pero de la mejor marca, usando zapatillas sin medias y el pelo que te cubre la mitad de la cara sin poder saber a ciencia cierta si sos varón o mujer. Eso hasta que te acepten. Luego cambiarás a un traje completo, camisa blanca y corbata al último color de moda, corte de pelo de onda, un infaltable portafolio y en la mano, el más caro de los celulares que utilizarás para tus comunicaciones con colegas, siempre disputando entre sí por quién lleva el mejor y con más tecnología.
Entonces ya estás dentro de la “organización” (jamás digas empresa) y te darán un “despacho” bien vidriado (antes oficina) en los pisos más altos. ¿Por qué será que siempre a más altura edilicia equivale a un mayor rango ejecutivo?
De ahí en más tendrás que cuidar ese lugar contra todo y todos, porque la movida de piso será tremenda.
Por lo general, a esta altura, ya estarás divorciado una o varias veces, cosa sin mayor importancia, aunque luego te avisen que tu hija, la de tu primer matrimonio, es anoréxica o bulímica y que tu pibe de dieciséis, del segundo intento, ya se está falopeando y debe ser internado para recuperarse.
Pero vos sin inmutarte, porque el “doc” (ya no se dice más doctor) te ha recomendado no hacerte mala sangre para evitar el “stress”, otra palabrita que no se puede traducir sin emplear por lo menos diez palabras comunes que lo expliquen, puede causarte un desequilibrio psíquico, un infarto o lo más actual y “fashion” (estoy realmente actualizado), un ataque de pánico.
Por eso a mí me va como me va.
Un pobre tipo que tiene un departamento justito para que viva una familia “tipo” (traducido, madre, padre y dos hijos), que pago expensas carísimas, viajo en subte (si es un día sin problemas sindicales), que tengo una Obra Social que no cubre nada más que lo mínimo indispensable y salgo de vacaciones en verano (nada de sky en pistas nevadas en invierno).
No puedo salir a comer con mi familia más allá de una vez por mes, en algún restaurante donde se come de todo por una suma accesible y donde siempre los ojos rasgados son los dueños.
Les aclaro que soy médico. Trabajo nueve horas diarias en el sanatorio de una “prepaga” (otro nuevo invento de la ciencia) donde me pagan un honorario fijo que no se ha movido desde hace meses, a pesar de los reajustes que hacen a los afiliados, los que son Manager Consultors como ya les conté antes y que ganan sumas altísimas.
Y el tren pasó.
Yo no supe subirme a tiempo. Ya es tarde.
Tengo cuarenta años. Mi futuro es más negro cada día.
Sufro más porque pienso cuál será el tren bala que perderán mis hijos.
Un gran salto... pero ya ni el físico me ayuda ahora.
Los dejo pensando a ver si ustedes se avivan a tiempo y se suben cuando pasa “el tren de la buena vida”.

María Enriqueta Roland -Argentina-
Publicado en Suplemento de Realidades y Ficciones 54

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