viernes, 9 de noviembre de 2012

UNA RÁFAGA DE AIRE


Pasó ante mí como hálito levísimo,
casi perfil de sombra, tan etérea
que no se estremecieron las cortinas,
ni temblaron las llamas de las velas;
sin forma física, como si un ángel
afirmara, invisible, su presencia.
Nadie la percibió; todos siguieron
sumidos en las nimias bagatelas
de sus copas, periódicos, cigarros,
razón y efecto de sus existencias.
Lo tangible se duerme en el sentido,
y también, de algún modo, lo anestesia;
lo sutil, lo incorpóreo, llega al alma,
y se le hace visible, aun en tinieblas.
Esta mujer, o espíritu, o espectro,
pasó rozándome en su transparencia;
ciertamente la vi…; tal vez fue sólo
una ráfaga de aire su silueta;
pero la percibí; por un momento
su realidad se me hizo manifiesta.
Aunque no supe definirlo entonces,
se reveló entre súplica y ofrenda.

Miré la superficie roja, inmóvil,
de mi copa de vino, medio llena,
y le nacieron círculos concéntricos,
y como el ondear de una guedeja.
La mesa era quietud, ni un movimiento,
y me empezaron a temblar las piernas.
Alcé la copa, la bebí hasta el fondo,
me fui a la barra, y liquidé la cuenta.

Casi en huída hacia la tarde en llamas,
me detuve, miré sobre la puerta,
y vi un retrato de mujer, el pelo
suelto al viento, sobre un fondo de niebla,
la sonrisa extendida sobre el rostro,
y una firma enigmática, sin fecha.

Salí a la calle y me perdí en la sombra
de las casas vecinas. Las gardenias
languidecían bajo el sol de agosto;
más allá, los gorriones, y la siega.

Olvidé el incidente…, hasta que un día
llegaste a mí, y al observar de cerca
la sonrisa, el revuelo del cabello,
el aire que me roza cuando llegas,
supe que ya te había conocido,
mi pregunta de un tiempo, ya respuesta.
 
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-

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