sábado, 10 de noviembre de 2012

RELATO POESÍA


Yo jugaba en lo que llamábamos las piedras romanas allá frente al cementerio viejo de muros ametrallados. Entre las piedras encontrábamos caracoles y setas venéreas, lagartijas de cuello corto y culebras que sabían latín.

Desde abajo, a doscientos metros de las piedras romanas, entre las casas de San Bartolomé, vivía Bella.

Bella nos miraba con unos prismáticos ultramodernos monstruosos recién comprados por catálogo mientras escuchaba lo último de Los Calis y Tijeritas, eso me dijo en la intimidad del primer cara a cara.

A los pocos días de destrozar el conflicto que todo relato necesita, me rompieron la nariz con alevosía, premeditación y una patada con una bota del cuarenta y tres en mitad de un partido de fútbol tierra y Bella me declaró su amor.

Mi primera reacción fue salir corriendo.
Y salí como alma con los escozores de la guadaña en el cogote.

Fue mi primera experiencia contras las cuerdas de las puñaladas autosuficientes del amor.
Todo ello ocurrió cuando Los Chichos y Los Chunguitos merodeaban las emisoras de radio y a mí aún no me había salido pelos en la perilla ni granos de pus en el carnet de identidad.

Yo aún me veía en el espejo entre rubio y zaíno y no medio calvo y postulante como requieren los retoques autoinfligidos por la edad.

Y ahora como desenlace ya no salgo corriendo cada vez que veo a Bella y a las goteras en el tacto de piedra pómez de su piel.

GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-

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