viernes, 9 de noviembre de 2012

ESCRITURA EN SANGRE


Escritura en la sangre

Ando con el sol lejos y de paloma herida, en tanto el día náufrago transcurre en la memoria, golpeado por las cosas que mueren despacito detrás de las palabra y demuelen las penas y juntan soledad a manos llenas.

Un aire de sudeste humedece el silencio, pasa y no vuelve, cruza violando las ventanas y agita las polleras de las oficinistas por ausencia de flor sobre los muros y en los fríos despachos donde la muerte suma discretos memorandums, facturas, porcentajes, números temporales como cualquier olvido.

Así, con un regazo de luz a medio luto, camino, reconstruyo el cereal del tiempo, uno por sus mitades la mañana y el río, para que tenga el cielo su debido horizonte y los niños no caigan al sueño sin paisaje.

He asumido este oficio casi sin darme cuenta: soy el que desentierra las cosas perdurables. y es que la ciudad olvida que necesita un duende que ordene la alegría y suelte las abejas y mire, todo un siglo, la antigüedad del pájaro.

(Han omitido el grillo en medio del tumulto, La soledad, sin puertas, vive y muere de espaldas. No advierten el peligro de sus breves prisiones y corren a su prisa sin verse los candados. No sé. Yo no recuerdo cuándo ocurrió el olvido. Nadie puede saberlo: son siglos de olvidarme.)

Algún rey, un remoto señor de aleves ojos, traspapeló el infolio entre el polvo canalla. Después, cuando vinieron los barcos por el río, cuando el hierro entró al viento, cuando creció la sombra del primer cabildante, un día tras del otro, entre mercaderías, entre hombres y relojes, entre tasajo y pan, cuando entre sal y cuero se fundaba el olvido, mi voz bajó a a la tierra junto al encomendero, y el soldado y el loco abuelo Trapalanda: traían las espadas, caballos, herrerías y la palabra siempre y todas las palabras, para hacer un idioma de dura maravilla y construirnos leyendas de asible eternidad.

Es difícil saber en qué memoria vine, cómo me fui cayendo de la copla hacia el aire, qué corazón nombraba la nostalgia por dentro, qué mano inmemorial me escondió la guitarra.

El caso es que una noche me despertó la luna
y descubrí la tierra
y era un país mi sangre.

ARMANDO TEJADA GÓMEZ
Publicado en la revista Isla Negra 331

No hay comentarios:

Publicar un comentario