sábado, 10 de noviembre de 2012

EL VIEJO, EL JOVEN Y EL POEMA


El anciano gendarme de seniles ojos grises, canillas arrogantes y austera figura, había sido cuestionado insistentemente por los jóvenes, a causa de su intransigencia ante cualquier nueva tentativa literaria que traspusiera los límites clásicos. Entiéndase: lo admitido por los Mandos Indisputables, directrices de la idea; y voces únicas en lo creativo.
No obstante, seguía inalterable su influencia. El representaba lo irreversible. Sus decisiones accionaban complejos mecanismos en las altas esferas educativas y culturales del mundo. Integraba la directiva de nadie sabe cuantas academias, siempre tarifado por quienes le pagaban para mantener incólume la tradición. Solventaba sus compromisos en relación directa con su capacidad de entrega, fidelidad por demás comprobada, a los apolillados patrones que se establecieron, siglos atrás, a los cuales habría de ceñirse todo escrito, toda creación.
Sus instrucciones establecían vigilar que no se subvirtiera la norma. Y, en ese momento, cumplía con su trabajo.
Sometía a meticuloso análisis un manuscrito llegado a su jurisdicción. Al poco, con un brillo malicioso en la mirada, apartó los papeles. Tomó un plumero, mojó en un arcaico tintero la oxidada plumilla “Pélikan”, compuso un gesto de repugnancia en su rostro apergaminado y sentenció:
“Es una poesía que no me gusta. En ella se diluyen junto a resplandores, cocuyos y retazos de paisaje y color, los sonidos especiales que circundan al hombre desde cuando cometió la torpeza de lanzar, a palmadas, angustiosos reclamos, alertas, ruego, miedo, urgencias. Mensajes que se desvirtuaron hasta estallar en aplausos. Ruidos sin identidad o fines propios, sin personalidad definida”.
El joven, entretanto, interpretaba:

“Bueno, que el hombre quiso comunicarse y, a palmaditas y señales caricaturizadas, terminó descubriendo la utilidad de la palabra, cambió el gorgoteo infame en sonidos articulados armoniosamente, creó la palabra, y en vez de usar aquella adecuadamente, se limitó a emplearla esporádicamente para humedecer estampillas y pegarlas en sobres vacíos, sin destinatarios conocidos”
“Lo demás, razonaba, es frecuente encontrarlo en las rayas que dividen las carreteras asfaltadas. Por allí se transita, inexorablemente, a otras líneas. O a las curvas y etcéteras de incognito ocultas en los contratos de las editoriales; sombras idénticas a la palmada primigenia. O las otras siluetas: aquellas de maizales ocultos tras los bordes de las autopistas, fuera de las líneas blancas.
O en los traspatios de las pocas casas que acogen a los libre pensadores, esos otros hombres y mujeres que son capaces de inventar nuevos sonidos, al margen de lo rutinario, para atenuar el zumbido de la eterna vigilia”.
Y el poema es:
¡QUIEN TENGA OIDOS, OIGA!
Y la voz del justo tronó
Desde un monte,
A propósito puesto cerca de la ciudad,
Sin asomo de humildad en el tono.
Más bien como la arenga
Que resuena en la memoria del soldado:
Grito que mata los sueños.
Y le hace temblar, sudar, llorar,
Amalgama entre lamento y canto.
¡Quien tenga oídos, oiga!
Sucede que la tarde
Vestida de rojo sangre
Bajaba la cuesta plateado-verdosa
Del cerro.
Con todo el peso de la voz
Crepusculeándole
En las nubes:
¡Quien tenga oídos oiga!
Y una rala vegetación
Apropiada para soles equilibristas;
Centro, mediodía, se descolgaba por la vertiente
Verde-cénit
De rocas grises
Anaranjadas
Rodando desde aquel astro
Que se podría podrir,
O muy bien combinar.
Al pie
Una fosa continental se azula,
Verdea,
Irisa.
El mar parpadeante se agita
Y convulsan olas blancas.
Chorros lácteos
Que sangran de tarde
Y cerros
Y clorofila trepadora
En una síntesis de golfo.
Arena…
Murmullos…
Espuma…
Dos cangrejos de playa
Retroceden ante el viento
Que agita la resaca.
Y chocan contra el golpe brutal
De la ola en la roca.
“Es bueno señalar que los hombres estuvieron adivinándolo veinte siglos en las pisadas suaves, los gestos cuidadosos, las frases seleccionadas, las miradas caídas; dientes, pelos, voces y autos pintados, preferiblemente usados y con la pintura cariada; calles, fiebres, temblores, milagros; dibujos infantiles de un Mesías con la carrera derechita por en medio de la cabeza partiendo en dos el pelo largo y sedoso, sin heridas visibles en el rostro.
En los templos limpísimos, en los acordes, la voz enfatizó:
“¡No vengo a traer paz sino guerra!”
Y la gente sujeta a las formas precarias del análisis racional, se dijo:
“Estarán re filmando una película,
Epopeya,
Pompeya,
Épica,
La replica,
La publicidad,
Los rusos-los americanos.
Los chinos-Latinoamérica.
O los precios del petróleo
Que asustan a los fariseos,
Gringos, rostros asiáticos.
Y una multitud se arremolina bajo el cerro:
Negros, indios, árabes, latinos.
Pancartas: ¡Yanquis, go home!
Frente a ellos
Los notables observaban
Apoltronados en las cómodas jamugas
De saludables camellos enjaezados,
Cargados de riquezas mal habidas.
“Una gigantesca aguja de dos cuadras y el ojo ancho cual garaje de estacionamiento, mandada a construir por ellos para garantizarse la entrada al reino de los cielos, se enterraba en el Caribe… obelisco brillante, reflejando el sol moribundo”
¡No vengo a traer paz, sino guerra!
“Cuando algunos reconocieron la fecha ya no hubo tiempo para nada. Se presentaron los mensajeros en mugrientos aparatos de dos ruedas y sospechoso aspecto de motocicletas montañeras”.
Y, en un silencio hecho adrede por el Hacedor de Milagros
Las palmas se balancearon ante un ciclópeo ventarrón.
El sol se pudre,
La arena arde,
Las tunas se aferran a las piedras.
El mar se repliega y otra ola carga contra la playa.
La voz sigue rodando:
¡Quien tenga oídos, oiga!
“arrastra consigo a la poblada universal que aguardaba, sin comer, el milagro de los peces y los panes”.
EL POEMA… prosigue, desde luego:
El rostro brillaba,
Ahora con símbolos juveniles,
Y en las manos del hombre se notaban
Las señales inequívocas, del terrón,
La semilla,
El dolor,
La pobreza.
Era una mano continental y ruda.
Y era su mirada joven de indio cansado de esperar
La que irrumpió desde los ojos grandes y achinados.
Silbaron algunos.
Quienes no admiten la grandeza
Si no se atusa la corbata.
Y lanzaron piedras otros:
Aquellos que solo reconocen el poder
De las imponentes paradas militares.
Pero los más... callaron.
Y le dieron al ser inesperado, en silencio,
Sus caras, sus cuerpos.
Sus voluntades y sus manos.
Sus sueños, sus mitos,
Sus realidades:
Historias de asperezas y llantos reprimidos.
Eran quienes succionaban las venas de la tierra
Mucho hace
Para alimentar a sus hijos.
Y esos pasaron por sobre los alborotadores
Tras el moreno amor continental.
En un silencio
Que parecía hecho especialmente
Para que la voz pugnara:
¡Quien tenga oídos, oiga!
Esa tarde se supo que había llegado.
Y ya no esperaron los días del sobreprecio
Quienes estaban enterados de la hora.
El agitaba una pequeña bandera morena.
Ellos ondeaban sobre el mar
Como un gigantesco estandarte tricolor.

EL ANCIANO
“Como habrán notado es una poesía que hace excesivas concesiones al paisaje. Por eso: no me gusta. Es loable entender que debemos respetar los lineamientos precisos que nos impone la métrica, la estética, y entregar nuestros escritos a la madre semántica, con una sonrisa formal de rutina cumplida. Así no irrespetamos los cartabones establecidos por nuestros amados ancestros, maestros de la palabra escrita. Esa que no admite cambios ni interpretaciones, metáforas o parábolas, como las que abundan en: ¡quien tenga oídos, oiga!”
EL JOVEN:
“El viejo, impecablemente uniformado como lo ordena la norma, recogió un antiguo “máuser”, recostó su jipata figura en la pared finamente embaldosada de su habitación, siempre a oscuras, y en sus ojos se reflejó el punto escarlata del hediondo tabaco encendido. Con gesto de reproche surcando su arrugado entrecejo, paladeó satisfecho su vetusta, intocable, impertérrita, perfecta opinión aferrada a la lealtad jurada; y se regodeó en la frase que paladeaba con fruición: “no me gusta, y punto”.
La palabra socialismo se colgó de los fláccidos pliegues de sus testículos inservibles, y -¡claro!- el término… le hizo gemir.
Y el rechinar de dientes
Vibró bajo brotes vegetales,
En la sangre atardecida,
De esa hora que ya todos conocían.
Mientras,
Los campanarios silenciaron sus redobles.
Los niños corrieron felices
Hacia el poema nuevo,
Recién advenido de la niebla.
Un grito
Y una voz,
Bajaron del cerro
Donde se vislumbraba aun
La precoz adolescencia
De aquel ser inaudito.
Una llovizna tenue
Anunciaba la primavera.


Eleazar Espinosa Hernández (Venezuela)
Publicado en la revista La Urraka 31

No hay comentarios:

Publicar un comentario