sábado, 10 de noviembre de 2012

DE PADRE A HIJO


(Artículo de 1915)

Querido amigo Ariel:

     Te llamo amigo y no te llamo hijo, a pesar de que soy tu padre, porque siempre he pensado que es más grato y más alto el título de amigo que el de hijo, ya que el primero significa selección y el segundo imposición. Es nuestro amigo aquella persona que nos es simpática y cuya compañía nos es agradable; es nuestro hijo... ya se sabe lo que es un hijo: un ser humano que llega berreando no se sabe cuándo, de no se sabe dónde, para no se sabe qué.
     Usted, mi respetable amigo Ariel, llegó berreando desaforadamente a mi "humilde morada" hace cosa de seis o siete meses, y ante un huésped tan incómodo, iracundo y llorón que yo jamás había deseado, acto seguido yo hubiera puesto pies en polvorosa, para huir de su molesta y odiosa presencia, a no haber contado usted, para aplacar mi justo furor, con la ayuda valiosa de su mamá, o sea, de la escuadra invencible. Siguió usted berreando, y seguí yo rabiando, hasta que poco a poco le fueron naciendo a usted ciertos hoyuelos insinuantes en la cara, y fue usted humanizándose hasta sonreir de cuando en cuando, y yo me fui ablandando, y usted fue tomándose confianzas con mi cara hasta babeármela, y se fue volviendo usted menos gruñón y más amable, y ha llegado a ser andando el tiempo algo así como un lechoncito glotón, pero suave y gracioso, a cuyo lado siento gusto en estar, salvo cuando tiene un berrinche y se vuelve intragable.
     Soy, pues, tu amigo, mi pobre Ariel, y probablemente te seguiré queriendo hasta que llegues a la edad del pavo, momento horrible que todo hombre debiera pasar en presidio, y he querido, ahora que estamos lejos el uno del otro, yo en San Juan, tú en Jayuya, en mi verde, suntuosa y balsámica Jayuya, amenguar un tanto mi penar de ausencia, volviéndome un Juan Bobo, escribiéndote esta carta que no has de leer, o que leerás dentro de veinte o treinta años, cuando ya el tiempo te haya obsequiado con una horrenda calva, como la que yo luzco por ahí los domingos y demás días festivos. Cuando me vino a la cabeza la idea bobalicona de escribirte, pensé en endilgarte una carta llena de sabios, filosóficos y aplastantes consejos... Pero me puse a escribir, se me fue la mano, y ya se han ido al diablo los consejos. Si esta carta tuviera consejos sería indudablemente muy seria y muy pesada, y en el mundo debemos eliminar en lo posible todo lo seriote y pesado. Estoy cargado ya hasta reventar de la manía que tenemos los hombres de descender, a fuerza de seriedad y de dura rigidez, a la categoría del ladrillo, cuando todo lo que hay de bello y de amable en la naturaleza es ligero y cambiante como la espuma, como la voz de los vientos y de los pájaros, como la luz, como la niebla... como la niebla gris y ensoñadora que me figuro flotando en este instante sobre la inefable paz de esas montañas.
     Además, querido amiguito, y esto acá entre nosotros: no te doy consejos, precisamente porque soy más viejo que tú, y sé por experiencia que la vejez nunca tiene razón contra la juventud. Si yo hubiera seguido los sensatos consejos de personas mayores y juiciosas que he recibido, a estas horas yo tendría quizás muchos miles de pesos, pero sería tan insípido como una batata y tan vulgarote y poco interesante como un pavo. Los viejos, sobre todo, nuestros viejos de América, creen que toda la sabiduría humana consiste en asegurarse la barriga, y sería atroz que por oírles demasiado, usted, honorable señor Ariel, cayese en la cándida y disparatada manía de poner su corazón y su cabeza al servicio de su barriga, cuando es tan lógico y tan bello y sabroso, poner el vientre, como un fiel y palurdo y obediente criado, al servicio de los príncipes cabeza y corazón.
     Pero ya para carta es bastante. Adios, suave, gordo y gracioso lechón mío. Quizás se me quede hoy algo en el tintero y quizás vuelva a escribirte pronto. Entretanto, conste que siento una nostalgia atroz de la grata sensación babosa que tu hociquito goloso solía producirme, resbalando como un trineo por sobre los encantos de mi rostro...

Publicado en el blog nemesiorcanales.blospot.com

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