viernes, 16 de noviembre de 2012

CAPÍTULO DE LOS REFERENTES


(Una historia de amistad) 

Sin pudor y sin falsa modestia afirmo que con Armando sacamos a la poesía de una suerte de élite en la que residía, arte relegado a la comprensión y destino de grupos iniciados donde se despreciaba lo popular, o su difusión entre las masas populares por ser consideradas como incapaces de acceder a las altas disciplinas creativas. Con referencia a este tema he escrito en el “Cancionero para no morir”, 1986, Torres Agüero Editor: “ De modo que me considero un privilegiado pues desde mi infancia tuve en las manos los elementos formativos, el acceso a una cultura popular que me llegaba por los oídos, los ojos, la transmisión oral y los libros en mi casa. Razón por la cual comprendí claramente, desde hace mucho tiempo, que el no permitir que el pueblo tenga acceso a la cultura es un hecho que integra un verdadero y siniestro plan para destruir la cultura de ese mismo pueblo.
“Nunca he considerado a la poesía cantada como arte menor. No acepto la división del arte en menor o mayor. El arte se logra o no se logra, es bueno o malo. En definitiva es la síntesis entre el pensamiento mágico y el conocimiento. Si el pueblo no escribe sinfonías es porque se maneja únicamente con el pensamiento mágico pues le han escamoteado el conocimiento.
“Por ello no establezco diferencia cuando escribo una poesía para ser cantada con la poesía que escribo para ser leída, son dos formas diferentes con un mismo mensaje, una misma intención y un idéntico fin: entablar el diálogo con los otros, los semejantes. Además, no se debe echar al olvido que la música es el vehículo natural de la poesía”
Esta posición, primero en forma individual y luego conjunta, fue adoptada por nosotros hace más de cuarenta años y salimos, como dice Armando, a desarrollar el oficio de “poetas de la legua”, juglares que devolvían al pueblo lo que de él había partido. Porque la poesía nace en forma tribal, conjunta, en los cantos ceremoniales para la multiplicación de los ganados, la buena caza y el alimento, nazcan los buenos hijos. La poesía nació cantada. “ Tal vez fue en una primavera que el hombre llegó al canto/en mitad de su tribu, en el precioso corazón de su gente/De pronto el viento enriquecido de asombro y fue otro más cantando la canción/Dos hombres juntos que cantaban en mitad del trabajo/eran una revolución, un homenaje placentero./Y de pronto fue todo un bosque de gargantas/que se unieron diciendo las palabras perfectas/los sonidos, las notas verticales, el himno compartido,/la ceremonia para que crezca el grano, se multipliquen los ganados, se vayan los fantasmas, nazcan los buenos hijos/Y fue cantor el hombre/El canto desde entonces fue pobre y colectivo,/fue desmelenado y transmitido de pecho en pecho,/de boca en boca, de guitarra y guitarra, rancho en rancho/como si compartiera los sucesos de todos/y anduviera hecho historia, la narración de gesta,/sucesos del amor, la suerte del olvido, las guerras,/los testimonios de una lucha del pueblo que no muere”
Eso dije en el poema Teoría del Canto. Pero esta actitud nuestra no fue una mera teoría. La pusimos en práctica en escenarios, plazas públicas, boliches y en cuanta oportunidad se brindara. Ello nos acarreó hasta el día de hoy, que los cenáculos de la élite literaria y la crítica, élites que todavía existen, ignoraran nuestra obra poética por cuanto, dicen, somos hacedores de canciones. Y fue enseñado en las cátedras de literatura argentina en las universidades, durante el períodos de la dictadura militar que los poetas que escribíamos canciones éramos “poetas marginales” En cuanto a nuestra obra editada en los libros, casi no existía para su conocimiento o era, directamente negada.
Claro, las diferencias son abismales. Sin contar las prohibiciones y las censuras oficiales y otras no tanto. Esas élites literarias a las que me refiero afirman entre otras cosas, que en poesía no debe haber anécdota. Con Armando hemos dicho-y decimos- que sin anécdota no hay poesía. Para ejemplificar esta opinión nuestra dentro de la obra, nombro no poemas aislados, sino, más aún, libros completos como Canto popular de las comidas, Bajo estado de sangre, Los telares del sol, entre otros de Armando o Sinfonía de la llanura, Callvucurá y su Elogio de la tribu, Breve historia de otro mundo, míos. En todos ellas, la historia es unitaria, gira desde la realidad o la leyenda hasta la fecunda imaginación.
En El oficio de Poeta, dice Cesare Pavese (pag.67):” Es claro que el primer contacto con la realidad espiritual es un acto de educación y, por lo tanto, cada uno aprende a conocer las cosas en cuanto las haya reconocido gustándolas. Esto se entiende en el sentido más lato posible: un campesino, una mujer de pueblo, se habrán educado mediante la canción, la anécdota, la recordación de la fiesta del pueblo”
Y la poesía no puede producirse con la única herramienta del conocimiento, debe llevar la argamasa del pensamiento mágico que es la cuna de los ancestros, los mitos, las leyendas y el borde más importante de lo desconocido.

-Recuerdo que Vicente Huidobro dijo: Hay que hacer un poema como la naturaleza hace un árbol
- Hay que hacerlo como la naturaleza hace todos los árboles, como hace un bosque, completa Armando.
-Hay que enfrentar el hecho poético abarcando toda la extensión de la existencia del objeto.
-Claro, hermano, como quien enfrenta la novela y le devuelve a la poesía lo que de ella partió: el realismo mágico.
-Nosotros lo hacemos, Armando, en lugar de un cuadro de caballete pintamos un mural en las calles.
-Pintemos una canción, hermano, una canción con infinito.
  Y hacia el infinito parte, cantando
 
( Estos diálogos escritos, después de la muerte de Armando, están construidos con fragmentos de poemas de ambos poetas, tal como dice en el prólogo el autor)-    Torres Agüero Editor Bs. As, 1994


Hamlet Lima Quintana Argentina
Publicado en la revista Isla Negra 331



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