miércoles, 17 de octubre de 2012

HACELA CORTA


¿Con qué se emparda ese costado de Buenos Aires por donde se va la letra?
¿Qué quisiera decir aún Borges desde ese métrico heptasílabo tan rioplatense, tan catastro?
¿Cuáles son las palabras con las que nos gusta potrerear como purretes traviesos  que somos?
Lo sabido es dejar madurar la yapa en este arrabal de la melopea sudamericana,
fichar que lo esencial está fuera del cacumen de la academia,
tal vez en un adjetivo deshabitado
que está en ablande
en un aguantadero bagayero.
Ese adjetivo único que intenta reunir el  alma oculta de la cosa,
ese adjetivo que acompaña a los bandoneones bajando del suburbio,
ese adjetivo que destituye lo malmandado de lo “profundo”,
que trata de encontrar la punta del chicote,
que intenta gambetear el orden cronológico lineal,
a los ponchazos.
Los mitos del siglo XX se desploman a biandazos,                                                
no conservan su declamada potencia,
están en el franeleo.
Las ilusiones frustradas,
la curda,
la desdicha,
la frula,
el raye místico,
el piante,
el fingimiento.
El hinchapelotas tiempo pasado nos persigue,
Arlt, Discépolo y Girondo que la embocaban
se apuraron en dejarnos
mientras nuestra escuela era la velocidad y la desconfianza.
Pero en algún café de Buenos Aires el escritor inventa su nueva forma,
la obra es su mejor gesto,
tamangueamos el empedrado
y la palabra actúa como una zancadilla,
porque aún tenemos la categoría del bolazo,
seguimos embalados con la macana
para desprender la rasca de un golpe.
La construcción,
que lo sepan, la construcción.
Que no se hagan los giles,
carpeteen que estamos habituados al chamuyo mañero
en esta ciudad a la que se le piantan las letras
como metejones,
donde el candombe de la escritura es más importante que el de las pasiones fayutas,
donde pechamos cirujeando deschaves,
donde la mishiadura nos da letra a rolete.

Juan Disante -Argentina-

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