domingo, 14 de octubre de 2012

CRÓNICAS DE LA TIERRA DE LA HAMACA (III)


Y siguieron los abrazos

Por Alfonso Hamburger

En los años ochenta, Dionisio Anillo Villalba, fue elegido Alcalde de San Jacinto por el glorioso partido conservador. El nuevo alcalde, aun envuelto en sus papeles, practicaba el discurso de posesión en el patio de su casa, subido en un banquillo que le servía de tarima, mientras Glenia, su digna esposa,
oficiaba de tribuna con un espejo donde el nuevo Alcalde se revisaba los detalles. Estaba mozo y rozagante. Todo un Anillo. Y a los Anillo les gusta la plata, diría Adolfo Pacheco. ¿A quien no?
Mientras Glenia aplaudía, Licho Traste, que observaba mimetizado en el patio de su hermano Alfonso (el Buitre), soltaba la risa. Eran vecinos.

      En aquellos tiempos, quizás como ahora, los alcaldes eran omniscientes, pequeños reyezuelos. Anillo Villalba tenia el compromiso de superar a José De La Cruz, mi hermano, en el afán de pavimentar el pueblo a punta de multas con cemento, de modo que no sentía ni pizca de vergüenza al parquear la volqueta Municipal en la casa que empezaba a construir, de dos pisos, con balcón volado a la calle de la Fuente.

      Apenas este servidor empezaba su ejercicio difícil de ser periodista en su propio patio. Una foto de una mula cargada de cemento en la puerta del Surtidor de Abercio Otero y el rumor de que el alcalde estaba construyendo su casa con recursos del Municipio, me enfrentaron a estos dos señores. Ambos cogieron Universal.

      Hoy, Dionisio Anillo es uno de mis mejores amigos, lo mismo que sus hermanos “Rembe”, “Pacho”, el difunto Licho lo fue y Mireya, que estudio con nosotros en el Pio XII.
      En el calor de una juma, cuando coincidimos en Sincelejo, Dionisio me confesó que no sabe cómo no me quebró, cuando hice publicar esa verdad o rumor a voces en el periódico. Había algo de cierto, pero se trataba del Alcalde. Eran tiempos en que no se diferenciaba el Alcalde del Municipio. Anillo terminó su hermosa casa en muchos años de sacrificio, esa misma que lamentablemente fue una de las mas afectadas con la toma guerrillera del seis de febrero de un año que no quisiéramos recordar.

      En esa casa, a media cuadra de la plaza de Los Gaiteros, Dionisio recibió a sus amigos en desarrollo de estas fiestas patronales. En el sardinel, con una María Namen, celebramos el reencuentro y la amistad. Todo el que pasaba arrimaba al charco. De Ovejas, Jerson Vanegas, se trajo una camioneta equipada con un altoparlante que se convierte en video. La Policía, que a veces le falta tino y sentido común  estuvo a punto de malograr la faena, al ordenar quitar la música. Tuvo que intervenir Kike Buelvas, en sus oficios como hermano del Alcalde y gran parte de la comunidad, para que dos agentes motorizados no levantaran la parranda. En las fiestas hay que ser tolerantes. El reencuentro es para reconocernos aun en las diferencias. Y lo curioso de todo es que los policías tenían un decreto en la mano, firmado por el hermano del Kike, que está celebrando sus primero cincuenta años con un pasacalle festivo.

      Las fiestas nuestras se han convertido en una colcha de retazos sabrosos. Hay gallos, corraleja, cabalgata, gaitas, danzas, muchos abrazos y parrandas. Ah, también bautizos, matrimonios, procesiones y fandangos.
      Hace cuatro años mi hermano Henry me invitó a participar en la Cabalgata del Retorno, iniciando así el rescate de una bella tradición que quedó enmarcada en la canción de Alberto Lora Diago, el padre de los hermanos Lora Lentino. La cabalgata nos refresca la memoria de un pueblo con marcada tradición ganadera. En briosos caballos se corrían las celebraciones de las fiestas de San Pedro y San Pablo en la calle de Las Flores. En un caballo que sabia como gente Nando Pereira se echó plomo con Luis Viana el relojero, nuestro vecino. El caballo entraba a los bailes con su amo, quien fue dueño de un gallo fino muerto en una pelea y sepultado con misa y ceremonial de persona adulta. Lo metieron preso por el ritual burlesco, que no soportó la ortodoxia de Joaquín Solano, el alcalde de la época.

      De todos mis amigos, el mejor es Henry mi hermano. No solo es un líder en lo que se propone, sino en el don de gente. La cabalgata, que crece cada día más, un hobby bastante caro, que despierta la economía e impulsa esta actividad gozosa, es idea suya con José Ángel Serpa. Participar en la cabalgata es una delicia. Y La Jica, como le decimos en casa, no solo lidera la cabalgata, sino que en el cierre tiene el animo de subir a tarima con el acordeón al pecho en Ser Vallenato y los muchachos de Mutual Ser a cantar las canciones de moda. Ya ha sido telonero de Los Zuleta, a compartido escenario con músicos profesionales de gran valía. Lo he visto tocarle el acordeón al Pitufo Balbuena y a Luis Egurrola, grandes consagrados. Igual, lo que hace Ricardo Pocho Ramírez y Galo Viana, aficionados al canto, de pararse a cantar en una parranda, es tener cojones.
      Después de Nando y Ramón Fernández y la voz afinada de la Seño Viña, yo fui quien llevó el canto a la familia. En un acto de osadía y atrevimiento, quizás desafiando a los consagrados y hermosos de mi pueblo, grabé hace doce años con dos de los mejores acordeonistas de Colombia, Nicolás Colacho Mendoza y Felipe Paternina, todo un lujo. De Miguel Manrique grabe una canción memorable sin pedirle permiso, Triste Plenilunio. Pero Galo, Henry y Pocho Ramírez, rebasaron mi timidez y hoy estoy en la banca.

Publicado en el periódico digital La Urraka Cartagena

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