sábado, 13 de octubre de 2012

CRÓNICA DE LA TIERRA DE LA HAMACA (II)


Hoy, la gaita que nos une. Los sentimientos que nos separan.

Por Alfonso Hamburger

En estas crónicas llovidas y asoleadas de las fiestas de San Jacinto, no tenía previsto mencionar a Raúl Gómez Alandete, el gran Lobo, quien brilló por su ausencia en mí divagar de perro con gusano. O de mulo con hormiguillo. No me quedo quieto. No suelo quedarme más de una hora en un solo lugar. Quiero estar en todas partes y a veces no estoy en ninguno. Pero a Raúl me lo encontré en este foro virtual que se da en doble vía. Eso le imprime fuerza a la Convergencia de medios. Que es la moda. Bienvenidos, pues.

      Sigo en la plaza de Los Gaiteros. Alfredo Villadiego, de los nuevos ricos del pueblo, parece perdido en la multitud. Su mirada es huidiza y su temperamento arisco. Creo que la gente que adquiere plata se deshumaniza. Se vuelve mentirosa. Apaga el celular. Se aleja del pueblo aunque regrese en las fiestas. Llega Galo Viana, jovial, risueño. Más joven que antes de tener plata. La tarima se ve desolada. En muchos años no está el aviso de Mutual Ser. El telón de fondo es improvisado, lo regaló Carmen Costa Caro, mujer emblemática del movimiento cívico, hoy dispersado. Ella vive en Valledupar y jamás nos olvida. El Festival está en crisis. Miguel Manrique se pasea orondo con su cámara digital al cuello, toma fotos a diestra y siniestra, revelando su encanto a la luz de los ojos. Ya no tiene que llevar el rollo a Barranquilla. Con su impresora digital puede imprimir la magia enseguida. Espera que lo llamen a tarima para subir por el trono. Sigue siendo indestronable en su cumbia. Nunca leyó al tuerto López ni a Eduardo Lemaitre, pero sus textos cumbiamberos son parecidos, al decir “Viejo telar de mis abuelos”. Se lo juego a los Ovejeros. Su hermano Oswaldo le pisa los talones, pero con cumbias con rasgos de rock, pop, calipso y regué, mucho Caribe. Es una cumbia visionaria de futuro. Y al final, Miguel, con una canción elaborada en guitarra y llevada a la gaita, fue segundo. Lo extraño es que sólo le hayan dado 200 mil pesos en tarima, que a medias alcanza para no apagar el fogón y para el arroz de tarde. El resto, 200 mil, es promesa. Mejor premio entregan en el festival de la Diecinueve.

      Sigo ahora allí, en la plaza. En la casa de las Mendoza. Ya es domingo. Cae una lluvia moja monte. En el patio penumbroso, bajo la fronda de un tamarindo que copa todo, está El Braco. Su nombre es Jorge Quiroz Tiedjen, preocupado por el futuro del festival. Quiere llamar a un frente común. Este año, pese a que no hubo casetas (cosa que aplaudo) el festival se vino a menos. Armandito Tapia hizo cosas de buena Fe, positivas, pero este año no se sintió ni en las redes sociales, que son la alternativa de poder en estos tiempos de convergencia digital. El año primero, me consta, porque fui a Barranquilla especialmente a verlos, llevó la gaita a la legendaria Cueva del Grupo de García Márquez. Pero hasta allí no más. No hubo un grupo para llevar al hotel El Prado, donde 2 mil periodistas del país se quedaron esperando a los gaiteros. En eso nos aventajan los vallenatos, quienes no desperdician un escenario como este para mostrar sus cantos. Se regresaron a San Jacinto a prima noche, como si el pueblo se les fuera a esfumar.

      Braco está refaccionando el viejo patio, donde antes estuvo la biblioteca, sala de lectura y el museo. Allí pensamos rencontrarnos en enero en el marco de la Séptima Fiesta del Pensamiento, en homenaje al científico Regino Martínez Chavan, un lugar para reflexionar, para la memoria y para repensar nuestro futuro.

      No puede haber división en torno de la gaita. El único elemento que nos convoca y nos une por encima de las clases sociales o las diferencias políticas y personales es la música. Sin este signo ya nos hubiésemos devorado unos a otros. Por eso poco entendí el discurso de Tapia Gloria, en medio de la larga lista de patrocinadores (entre tiendas y farmacias) terminó con un saludo “Al Doctor Villadiego y a su gente”. ¿Cuál gente? En este tipo de eventos los mensajes tienen que ser claros. No debe existir descremación de grupos, todos somos de todos. Todos somos mi gente.

      Bueno, hoy dejo hasta allí, porque mañana hablaremos de los visitantes, de las parrandas y de las pandillas.

( Continuará)

Publicado en el periódico digital La Urraka Cartagena

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