lunes, 8 de octubre de 2012

COMPAÑÍA DE LA MUERTE


No hace muchos años, leía en una revista semanaria de Colombia que el más valiente sicario del eje cafetero, era un menor de 16 años, que en una misión por asesinar a un peligroso delincuente que tenía el manejo del negocio de las drogas, -al estilo James Bond o cualquiera de esos actores de las cintas policíacas de Hollywood- con una pistola automática mató a cuatro personas, entre ellas, al objetivo con dos de sus guardaespaldas y una inocente anciana que estaba en la puerta de su casa asoleándose.

      La verdad, esa noticia me persiguió por muchos días, como algo extraordinario por la frialdad como el niño había cometido el múltiple homicidio y pese a su aprehensión, que fue casi que inmediata por la policía, el menor en los interrogatorios que le practicaron las autoridades no dijo ni una palabra que comprometiera a sus jefes (seguramente una peligrosa banda de delincuentes de sicarios y narcotráfico de esta parte del país).

      Ese sigilo permitió que en una operación de asalto, la banda criminal lograra la fuga del menor del centro de rehabilitación donde estaba recluido. Hasta ahí la revista me contó la historia, y la verdad que de este particular caso no tuve más novedades.

      Hoy recuerdo este hecho para remitirme tres situaciones que me obligan a tener más temor a los menores vinculados en la delincuencia que a los adultos delincuentes. El primero: un testimonio de un joven de 20 años que me dijo: “en mi barrio le tememos más a los pelaos de 13 a 17 años, porque no tiene reparo para matar”. Frase lapidaria que me dejó más estupefacto que el primer hecho, arriba narrado.

      El segundo: un video que vi por la televisión nacional, donde los noticieros registraban desde una cámara de seguridad, cómo un niño de unos 15 años, de contextura flaca y bajo de estatura, perseguía a un hombre robusto y alto con una pistola automática a quien mató sin contemplación, propinándole unos 20 disparos. Este hecho sucedió en Barranquilla hace menos de dos años.

      La tercera: sucedió una noche en mi barrio, Escallón Villa -al centro de Cartagena, donde no hay gran incidencia de pandillas-  unos niños que ni siquiera son considerados pandilleros, alteraron el orden en toda la vecindad con su sola presencia, era una bandada de unos 30 menores conformado por niños y niñas entre los 12 y 15 años.

      Según, viven en los sectores vecinos, y se habían citado para enfrentarse a otros menores de mi barrio, la verdad que no hubo trifulca, pero su sola presencia produjo susto en la comunidad, al punto que algunos vecinos llamaron a la Policía. En situaciones más peligrosas que esa, nunca antes había sentido temor como la de esa noche, no sé si psicológicamente, los casos anteriores en mi inconsciente incidieron para que en ese momento optara por temer.

      Junto a todo esto, los registros que diariamente hacen en los medios de información periodística sobre los sicarios, donde cada día, sus actores son menores con el prototipo de niños inofensivos, quienes protagonizan las escenas del crimen selectivo, tanto en Cartagena, como en el Caribe colombiano y el resto del país. Me siento a reflexionar y creo que esta compañía de la muerte en manos de adolescentes tiene una alta dosis de la falta de corresponsabilidad, desde la familia, la sociedad y el Estado.

      El asunto es más allá de las estadísticas, más allá de las campañas mediáticas que protagonizan autoridades y organizaciones civiles en el plano de los desarmes de las pandillas y reinserción social. La corresponsabilidad es de todos.

      De nuestra parte, como medio de información, soy un convencido que el papel a asumir, es quitarle la espectacularidad al registrar esos hechos, porque mientras seamos más sensacionalistas para vender la noticia, más estimulamos a esos adolescentes a ser protagonistas de los hechos de sangre.

      No soy un especialista en temas relacionados con el manejo familiar al interior de los núcleos donde se crían los niños con el perfil para ser sicarios, pero sé que muchos investigadores desde lo social y psicológico podrán encontrar una solución, que sea transversal tanto para la familia, la sociedad y el Estado.

      Estas compañías de la muerte tenemos que frenarla, nosotros desde nuestros espacios periodísticos ya la hemos empezado reduciéndole espectacularidad a esos hechos, cuando los registramos usamos un lenguaje más reflexivo que sensacionalista, estamos convencidos que de esta forma no estimulamos sino que dejamos un análisis sobre el único derecho que no tiene excepción, el respeto a la vida.

Rodrigo Ramírez Pérez
Publicado en el periódico digital La Urraka Cartagena

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