domingo, 14 de octubre de 2012

CALLES


No se puede andar impróvido por las calles.
Las ventanas procesan nuestra sombra para comérsela
en olvidadas estaciones de trenes.
Los grillos montan guardia detrás de los afiches
para librar su canto en vastas ceremonias.
Las calles, empedradas de mercaderes insomnes,
vendedores de nigromancias y pócimas virtuales
que levantan altares profanos.
Las calles, que oscurecidas de voces monocordes,
no logran escapar al hedor de las gargantas.
Las calles, pisoteadas por el paso intransigente de las masas
(hundidas en el sopor de palabras deleznables)
Las calles que acceden a la sincronía del andar ciego
de quien llegará un minuto tarde y perderá su premio.
Las calles que confirman: la avaricia de las manos,
la ruptura de los pétalos,
la fe tiritando en los convidados al festín del frío de la noche.
Las calles, cautivas de sigilos,
albergues de extrañas coyunturas,
cómplices definitivos en desmanes programados,
Acequias recogiendo saliva y sangre,
sudor, mendicidad y esclavitud.
No, no se puede andar impróvido por las calles,
hartas de mestizajes sin credos ni esperanza,
hartas de savias aguadas que hallan muerte en la raíz.
No se puede andar impróvido por las calles,
aunque la lluvia, bautismo que celebra el cielo, las purifique.
Sé que están alertas para tragar mis afanes,
cambiar mis símbolos
y ofrecer mi pensamiento al mejor postor
en tanto asisten, flemáticas,
a ruidos circunstanciales que intentan contaminarme.
Pienso, pienso y pienso
mientras escondo mi sombra detrás de alguna ocasional estatua.

María del Carmen Poyo Martínez 
Publicado en el suplemento 54 de la revista Realidades y Ficciones

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